Aquel escritor, J., insatisfecho con sus textos breves y con la época de crisis y de prisas en la que vivía, la cual no favorecía la creación demorada y sin tiempo que era propia de eras pretéritas, decidiose a comprar un artilugio que le anunciaban una y otra vez en la parte digital de su cerebro: el condensador de tiempo de la marca Fluzo. Era una especie de máquina del tiempo, pero muy lenta. Lo que hacía era estirar espacios de tiempo muy breves y convertirlos en otros mucho más largos. Así, verbigracia, un minuto lo estiraba el artilugio hasta transformarlo en un día entero, o en un mes completo si era necesario. De este modo, J. empezó a estirar sus minutos de ocio para dedicarse a escribir una magna obra literaria, por lo que se convirtió en un polígrafo moderno. Sus haikus dieron paso a extensos poemas épicos; sus cuentos, a larguísimos novelones; sus entremeses, a enormes dramas; sus artículos de opinión, a vast...