La entrega de María Antonieta debe poner de manifiesto la despedida de todo -y de todos- lo que la une a la casa de Austria. También para esto han ideado los maestros de ceremonias un símbolo especial: no solo nadie de su séquito puede acompañarla a través de la invisible línea de la frontera, la etiqueta exige incluso que no pueda conservar en el cuerpo desnudo ni un hilo de fabricación patria, ni un zapato, ni una media, ni una camisa, ni una cinta. Desde el momento en que se convierta en María Antonieta, delfina de Francia, solo podrá envolverse en telas de origen francés. Así que en la antesala austríaca la catorceañera tiene que desnudarse completamente ante todo el séquito austríaco. Por un instante, el tierno cuerpo de niña aún sin florecer brilla en su desnudez en la oscura habitación; luego le echan encima una camisa de seda francesa, un jubón de París, medias de Lyon, zapatos hechos por los zapateros de la corte, encajes y mallas. Nada p...