El escritor no sabía cómo acabar aquel maldito cuento. Llevaba la estructura en la cabeza. Prácticamente ya lo tenía escrito en su imaginación, pero le faltaba el final. Ya se sabe que la parte más interesante de un relato es el desenlace. Igual que en la vida. En concreto le faltaban las palabras dichas por uno de los personajes. La historia era sencilla: dos hermanos comparten una misma mujer, hecho que termina envenenando sus relaciones. Al final de la historia, para retomar su relación, uno de ellos, el mayor, mata a la mujer, y precisamente al escritor le faltaban las palabras del asesino a su hermano. Todo el éxito de su cuento, es decir, su satisfacción personal por el trabajo bien hecho, pasaba por encontrar esas palabras posteriores al asesinato. De alguna forma, aquellas palabras tenían que justificar el horrendo acto, dignificarlo o cuanto menos justificarlo. Pero al escritor esas palabras no le llegaban, no había forma