
El nacimiento de una vocación profesional es un momento de deslumbramiento y emoción que con el paso del tiempo pierde parte de su fuerza. Sin embargo, a veces, el profesor es capaz de soportar la dura fatiga de la rutina diaria al recordar a aquel otro profesor suyo que lo dirigió hacia el mundo de la enseñanza con sus sabias palabras hace tanto tiempo ya.
Pero ¡qué dura otras veces la disciplina del trabajo! Se preguntará el torero muchas veces quién lo mandó aquel lejano día acudir a aquella capea en la que toreó por vez primera y donde se le inoculó el virus de la fiesta. Si hubiera sabido lo que le esperaba luego... Pero, ¿cómo controlar o prever un sentimiento tan puro y natural como el de la vocación, el de saber para qué ha sido uno realmente llamado?
Comentarios
¡Cuántas vocaciones frustradas y cuánto frustrado sin vocación!
Un abrazo mercurial.