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No es menos curioso el asunto de los ordenadores: se supone que éstos alivian el trabajo en cualquier oficina, banco, organismo, tienda o comercio. Sin embargo, a veces parece que lo ralentizan. "Estamos a la espera de un nuevo programa informático para empezar a revisar todo este montón de expedientes", me dijo el otro día un funcionario a la vez que señalaba una montaña de papeles. Y pensé yo, que soy tan dado a pensar cosas de toda índole (raro que es uno, valga la digresión): ¿por qué no empiezan a revisarlos a mano como se ha hecho siempre? El funcionario me leyó el pensamiento, porque rápidamente dijo: "es que todo hoy ya funciona con ordenadores" ("malfunciona", pensé).
Porque ¿alguien cree que funcionamos hoy mejor con tanta computadora? A los que creen a pies juntillas que sí les diría que piensen en todos los momentos en que no funcionan (por averías o cortes de luz) y en cómo en esos momentos lamentamos no haber establecido un plan B de carácter manual que resuelva la incidencia con casi mejor eficiencia.


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Es un asunto curioso el de los libros más vendidos de hoy en día. Uno pasea su mirada curiosa por los expositores de novedades de cualquier librería grande (las pequeñas apenas subsisten ya) y se asombra al contemplar cómo la mayoría de esas novedades lo fueron hace siglos. Me explico: abundan en esos mostradores novelas de asuntos vaticanos, heréticos, proféticos, herméticos, masónicos... espirituales en suma.
¿No quedamos en que Dios había muerto? ¿Por qué entonces lo buscamos aún entre tanto chip y tanta tecnología espacial?
Quizás sea porque la vida es una pregunta sin respuesta a la que le falta todo lo que debería entrar entre los dos signos de interrogación: ¿...?


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El mayor problema del culturista es tener que buscar ocasiones para una pelea con la que justificar tantas horas de trabajo en gimnasios.



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