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Mi primer amor


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    Me acuerdo vagamente de la etapa de mis primeros amores. 
   Para un niño las chicas al principio son sólo una compañía más en el colegio, pero poco a poco uno las va descubriendo como seres diferentes, con peculiaridades y secretos que uno termina queriendo desentrañar de golpe.
    No sé en qué momento de pronto algunas niñas de nuestros bloques empezaron a jugar a enseñar sus tesoritos a cambio de que los niños les enseñasen los suyos. Curiosamente lo hacían en el interior de la obra en construcción de la que luego fue mi siguiente casa en el pueblo.
    Era un juego inocente en el que yo no me atreví a participar, pero cuyo conocimiento despertó en mí una sana curiosidad. No había en ello ninguna maldad, sino únicamente el deseo de conocer lo diferente, de averiguar ocultas interioridades que hasta ese momento no habían existido apenas en nuestra conciencia.
    En el colegio había chicas que me gustaban de una manera inconcreta, pero todo estaba entonces teñido de inocencia. Éramos niños...
    Sí tengo un recuerdo especial de una niña canaria (cuyo nombre luego olvidé porque se fue de Riotinto) que me gustaba vivamente. De ella sólo tengo fijado en la memoria un momento: en un recreo, yo estaba a su lado y ella se cayó. Yo fui a levantarla caballerosamente y en ese momento creo que se me escapó un casto y tímido beso que aterrizó en una de sus mejillas. Nuestros compañeros vieron la maniobra y se rieron en voz alta de nosotros y yo no encontré otra salida para dejar de oír sus burlas que huir solo hasta la trasera de la cantina del colegio, como perrillo asustado y jadeante.
    ¡Tanto miedo me daba entonces el amor!

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