Durante
varios años he llevado a mi hija al colegio en taxi un día en semana.
No
sé, querido lector, si sabe que tengo el carné de conducir caducado desde hace
años porque odio profundamente tener que guiar un vehículo.
De
modo que, en cumplimiento de mi obligación paterna, he tenido que llevar a mi
hija a su colegio (situado en zona de los dominios del Real Betis Balompié)
durante varios años en múltiples taxis.
Por
tanto, tengo muchas anécdotas que contar de todos esos desplazamientos.
Por ejemplo, una de ellas
está relacionada con la presentación de mi segundo libro en papel, El
profesor sevillano y otros cuentos. Tuvo lugar el 25 de octubre de 2012.
Fue una tarde de mucha lluvia, tanta que las sillas del salón de actos del Colegio
de Enfermería de Sevilla apenas estaban ocupadas por familiares y amigos muy
cercanos. Al salir a la calle, continuaba el pertinaz aguacero. Los
supervivientes fuimos a resguardarnos a un bar cercano, donde siguió la
conversación. Cuando nos despedimos, aún seguía la lluvia, que arreciaba. No se
veía un taxi por ningún sitio. Mi mujer, mi hija y yo empezábamos a mojarnos
bastante. De pronto, en medio de la bruma líquida de la anochecida otoñal,
aparecieron las luces de un taxi en la distancia.
Yo, siguiendo mi
inveterada costumbre, y más teniendo en cuenta que estaba eufórico por la
presentación, pegué la hebra con el taxista. Me dijo que se llamaba Antonio y
estuvo escuchando atentamente mis palabras sobre el libro. Al llegar a casa,
consideré necesario pagarle, además de con dinero el importe de la carrera,
también con uno de los ejemplares de mi libro que el editor había tenido la
deferencia de regalarme. Le pasé mi correo electrónico para poder enviarle
otros textos míos.
Hace casi nueve años de
aquello. Pensarán ustedes que no volví a verlo, pero no fue así:
aproximadamente hace dos años y medio (tampoco llevo yo una cuenta exhaustiva
de los días que pasan) pedí un taxi para llevar a mi hija al colegio una
mañana. Cuál no sería mi sorpresa cuando me dice el taxista, a quien yo no
había reconocido, que él sabe que soy profesor y escritor, que ha leído un
libro de cuentos mío y que, además, le ha gustado.
Varios años después, por
tanto, me volví a encontrar con aquella persona, con aquel lector que me
confesó que aquellos cuentos, que yo había ido escribiendo durante veinte años,
le habían complacido.
Otra
anécdota me sucedió con dos taxistas que me contaron la misma historia (¿o
acaso fue uno solo quien lo hizo en dos carreras distintas y yo, en la neblina
del sueño y de la oscuridad de las mañanas de invierno, desdoblé -frágil
memoria la mía- a aquel único narrador?).
Me
contó (o me contaron) una historia triste, la de los pabellones del Auxilio
Social.
Los
pabellones de Brasil y de México de la Exposición Iberoamericana de Sevilla de
1929, situados en la avenida de la Palmera, se terminaron convirtiendo, tras diversos
usos, en refugio de familias desahuciadas, especialmente tras la riada del
arroyo Tamarguillo en 1961.
El
taxista narrador (¿los taxistas...?) me contó/contaron que había(n) conocido a
un chaval que vivía en uno de esos pabellones con su familia.
Unas
simples cuerdas en las que se tendían unas mantas o sábanas eran la única
separación entre una familia y otra.
He
buscado información sobre el Auxilio Social de Sevilla en Internet, pero
encuentro pocos datos: alguna imagen de pabellones de otras partes de España;
datos sobre la fundadora de la institución, la mujer del falangista Onésimo
Redondo; críticas a la política de propaganda del régimen franquista que llevó
a cabo esta entidad caritativa...
La visión política de la
realidad termina haciendo que olvidemos los datos concretos de vidas reales
afectadas por las decisiones del poder. Además, en cuatro párrafos mal hilados
se pretende resumir toda una época, las vivencias de cientos de familias que
pasaron por ese mal trago.
Quizás
tampoco sé conducir bien por las sendas de Internet, por sus cuestas difíciles,
sus curvas peligrosas, sus túneles estrechos, por sus trampas, sus
simplificaciones y sus mentiras.
Hace
ya mucho tiempo de esto que me contaron, tanto que mucha gente quizás haya
empezado a olvidarlo.
A
mí, que no lo viví, no se me termina de quitar de la cabeza la imagen de esas
sábanas que separaban unas familias de otras.
Tiempos
difíciles los de entonces también... Quizás haya personas que aún puedan contar
algo de todo aquello, algo que no sea solo palabras balbuceantes en la
amanecida de un día de colegio.
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