En la calle, el chiar de los vencejos anuncia el nuevo día. Te asomas a la ventana y luego te sientas en la silla con dificultad.
Es tu último día en aquella casa. Las maletas con los restos de toda una vida permanecen mudas en el recibidor. Pronto vendrán de la residencia a buscarte. En apenas unos minutos aquellas paredes dejarán de proteger tu corazón y te sentirás desvalida.
Ha llegado la hora del último saludo en aquel escenario. Te asomas por última vez a la ventana. Llaman al telefonillo. Pasan los segundos pero no te mueves del sitio. Vuelve a sonar el timbre. Una lágrima huidiza baja por tu rostro. Allá a lo lejos, en la otra orilla de la calle, un hombre te saluda desde otra ventana. Crees ver en aquella luz, en aquel piar de los pájaros de abril, imágenes eternas de mañanas felices.
Cuando cierras la puerta, las maletas apenas pesan.
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