Al niño de Canet de Mar
Es una historia sencilla: dos soldados ingleses deben cruzar la línea enemiga, despejada por una sospechosa retirada de las tropas alemanas, y llevar a otra parte del frente la orden de abandonar el ataque.
No hay tregua para el espectador. El director Sam Mendes, en dos larguísimos planos secuencia, con algunos cortes sabiamente disimulados, nos va llevando por el infierno de las trincheras de la Primera Guerra Mundial, en un viaje en el que el espectador se siente en todo momento un compañero de los dos jóvenes mensajeros.
Es una película prodigiosa. Es, quizás, la mejor película de los últimos años. Sin embargo, la llegada de la pandemia ha hecho que se retrase esa justa valoración, que el público deberá necesariamente otorgarle conforme pase el tiempo.
Sé que como crítico de cine, a diferencia de algunos otros conocidos por su furia, soy muy -o demasiado- entusiasta (uno es crítico en función de cómo es, en definitiva), pero no creo exagerar ni un ápice al decir que es una obra maestra.
El perfecto guion al que no le sobra ni falta nada; la exigente actuación de los actores (los extraordinarios George MacKay y Dean-Charles Chapman); la inolvidable música; la labor impagable de los operadores de cámara..., todo forma una inolvidable sinfonía llena de imágenes para el recuerdo.
Se nos han quedado grabadas en la retina las escenas de la tierra de nadie, la de la granja y el avión, la nocturna del pueblo francés destruido, la bíblica de la madre y el bebé, la del soldado cantor en el bosque antes de la batalla, la de la carrera en busca del coronel Mackenzie... Hacía tiempo que no veía una película tan preñada de imágenes para el recuerdo.
¿Y qué me dicen de los maravillosos tiros de cámara en la escena del puente hundido? Tiros de cámara y tiros de bala unidos en un prodigio técnico inigualable.
Parece una película hecha en otra época, cuando la prisa no dictaba los tiempos del arte.
Por otro lado, todo el filme es una sucesión de acciones sin tregua entre dos momentos de calma natural. Mendes nos quiere transmitir con ello que los afanes mundanos, si están ajenos a los dictados de la madre naturaleza, son fruto del fanatismo y del absurdo.
Y, por último, la película tiene la virtud de mostrar lo que no se ve: cuando el espectador termina de ver toda esa lucha, toda esa barbarie, recompone en su mente la sinrazón de los políticos que buscan la confrontación, el odio, la batalla, la guerra; la de todos quienes incendian la vida cotidiana con sus mensajes de odio; la de quienes no saben pararse y contemplar la belleza de un simple árbol, que nos da cobijo y alimento.
Hoy quise escribir de 1917. Quizás porque fue la última película que vi en el cine, hace ya una eternidad. Quizás porque la he vuelto a ver recientemente en televisión y me he vuelto a parar en su sinfonía de voces y de imágenes, en su perfección.
En su belleza, en suma.
En su hermoso mensaje.
Comentarios