A Fernando Moral, que ha
vuelto a caer (esta vez sin remedio) en la adicción de escribir microrrelatos
Elsa era rara.
Desde pequeña había mostrado gran curiosidad por conocer el mundo. Su casa, llena de libros, había sido un fértil terreno para que creciese en ella el placer de la lectura.
En el colegio había tenido problemas para integrarse en las clases, pero fue peor en el instituto.
Ella sentía que la miraban mal. A veces, no se libraba de alguna palabra ofensiva o de algún empujón.
Un día, llegó a casa llorando.
-No te preocupes, hija -le dijo su madre.
-No llores, tienes que ser fuerte -replicó su padre.
Elsa decidió ese día que nadie más la iba a molestar, que de todos los libros que fuese leyendo sacaría las frases que les diría a quienes quisiesen hacerle daño por ser rara, por ser diferente, por ser Elsa.
Leyó poesía, novelas policiacas y picarescas para conocer las réplicas de los mafiosos, para saber cómo devolver las ofensas con frases que rimasen.
Aquello la hizo fuerte, aún más rara todavía, Elsa al infinito.
Y ya nadie más la tumbó.
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