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Imagen del escritor bohemio:

Francisco García (seudónimo: Francis Gar & Cía.) acababa de tomarse aquella mañana de inicios de primavera un bourbon. Era su bebida preferida por la sonoridad de su pronunciación y porque tenía el color más apropiado para formar un conjunto al lado de su panamá y su corbata de artista. Se sentaba desde hacía tiempo en la misma mesa de aquel café (y no cafetería) para escribir sus geniales versos, regados con alcohol y sahumados por su pitillo, al tiempo que ofrecía su perfil derecho (el bueno) al bullicio de la plebe de la calle.

En aquel mismo momento comprobaba el saldo de su cuenta corriente tras el ingreso del último premio. De pronto sintió un dolor fortísimo en el pecho.

(Mismo día. Noche. Habitación de un hospital. Dos personajes)

-Pero, ¿sabe usted lo que me está pidiendo, doctor?

-Sí, que deje de fumar y de beber.

-¡Ja! ¡Pero si el alcohol y el tabaco son inherentes a mi imagen, a mi ser de artista en suma! Y mire, tampoco puedo imaginarme sudando por esas rutas del colesterol bajando mis grasas junto a “marujas” de chándales horrorosos.

-Mire, don Francisco: deseche usted de una vez por todas esa imagen de maldito escritor bohemio, marginado y alcoholizado con que nos tiene más que acostumbrados a sus lectores de toda la vida. Ésa es una idea, como muchas otras, y eso usted lo sabe, heredada de muchos escritores románticos, los cuales consideraban que cuanto más radicales fuesen el escritor y su obra más calidad tendrían ambos. No confunda usted personajes underground con un hígado underground (en terminología médica, hecho polvo).

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