El Maestro contempla compasivo las partes
porque comprende la totalidad.
Lao Tse: Tao Te Ching.
Queridos lectores:
Algunos de ustedes me conocen en persona y no sé si han notado últimamente un cambio en mí. Sí, yo también lo noto: estoy últimamente muy alegre. No es que yo sea un ajo porro en condiciones normales, pero el caso es que ahora estoy reencontrándome con mi verdadero yo, que siempre se ha caracterizado por el buen humor.
El que me conozca de cerca sabe que en el pasado he sufrido ciertos padecimientos derivados de un estrés desbocado, fruto de un excesivo perfeccionismo, de una autoexigencia brutal y de un deseo de estar siempre en todos los fregados.
Pero he cambiado, o al menos estoy cambiando. ¿Y qué es lo que ha provocado en mí esta transformación tan apasionante? La meditación diaria.
El caso es que por causa de mis problemas con la gestión del estrés, entré en contacto con el mundo de la meditación.
Primero me apunté hace ya unos años al curso "El aprendizaje de la serenidad" del padre Navarrete en Sevilla. Compré el libro del mismo título y unos discos de relajación de dicho sacerdote y empecé en casa a seguir los pasos que en estos últimos aparecen (concienciación de las sensaciones corporales, observación de la respiración...) pero el caso es que pronto, una vez que se me pasó el gusto por la novedad, los dejé arrumbados en una estantería del salón, aunque recurría a ellos en caso de que algún día hubiese tenido una jornada muy estresante en el trabajo del instituto. Fue el comienzo de mi camino de serenidad, aunque yo no prestara mucha atención al principio. Aún no había descubierto el goce de la no-acción.
Sin embargo, yo sentía que tenía necesidad de meditar diariamente. De hecho, empecé por esa época a leer libros de autoayuda, lo cual nunca antes había hecho.
Leí, por ejemplo, El hombre en busca de sentido de Viktor Frankl, psiquiatra austriaco que sobrevivió a varios campos de exterminio nazis y que es un testimonio vital estremecedor al mismo tiempo que una reflexión impresionante sobre el sentido que diariamente hemos de encontrar a nuestra existencia.
Últimamente he leído El monje que vendió su Ferrari. Una fábula espiritual, de Robin Sharma, un libro que aporta muchas claves sobre cómo vivir en medio de las exigencias y prisas de la sociedad de hoy.
Me está impresionando el Tao Te Ching o Libro del Sendero de Lao Tse (siglo V antes de Cristo), que es un elogio de la no-acción como fuerza de nuestro espíritu.
Estoy inmerso también en la lectura de Cómo la meditación cambió mi vida... ¡Y puede cambiar la tuya!, de Jeanne Siaud-Facchin, libro que nos aporta muchas técnicas valiosas de meditación.
Pero el libro que me ha terminado empujando hacia el sendero de la meditación ha sido Biografía del silencio, de Pablo D'Ors. Es un ensayo breve y sincero en el que, en una prosa magnífica, D'Ors reflexiona sobre sus "sentadas", es decir, sobre el acto de meditar. Creo que ya se han publicado siete ediciones del libro y se está preparando una edición en italiano. Magnífico y aconsejable trabajo.
En fin, el caso es que me encuentro ahora en una situación en la que no puedo ni quiero dejar de meditar diariamente, ya que es un auténtico placer encontrar unos momentos de silencio al día en los que uno rompe el muro del falso yo, del tengo que, y se abandona a encontrar, en lo más profundo del pozo de su alma, su verdadera esencia, su verdadera alma, la mejor versión de sí mismo.
¿Meditar es orar? Intentaremos responder a esa cuestión en la próxima entrega.
Que pasen ustedes un feliz y alegre día.
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