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Mostrando entradas de abril, 2016

TEORÍA DE LAS NUBES (Poema en prosa)

     …Las nubes –dice el poeta [Campoamor]- nos ofrecen el espectáculo de la vida. La existencia, ¿qué es sino un juego de nubes? Diríase que las nubes son «ideas que el viento ha condensado»; ellas se nos representan como un «traslado del insondable porvenir». «Vivir -escribe el poeta- es ver pasar .» Sí; vivir es ver pasar: ver pasar allá en lo alto las nubes. Mejor diríamos: vivir es ver volver . Es ver volver todo un retorno perdurable, eterno; ver volver todo -angustias, alegrías, esperanzas-, como esas nubes que son siempre distintas y siempre las mismas, como esas nubes fugaces e inmutables.    Las nubes son la imagen del tiempo…    Texto de José Martínez Ruiz, Azorín , perteneciente al capítulo «Las nubes» de su libro Castilla (1912).    En tierras llanas como la nuestra, las únicas montañas que gozamos son las que las nubes crean con sus cambiantes y caprichosas formas.    A los contempladores nos gusta ver pasar las nubes, observar su apariencia, su t

EL NIÑO EN EL ADULTO QUE SOY

   Quisiste ser niño para siempre y conservar en la memoria las palabras y los dibujos de aquellos libros (los primeros de tu vida); apresar el brillo, el olor y el color de cada instante; preservar la magia del alma de tus mayores…    Quisiste, ¡ay!, que los veranos fueran eternos; que el mar nunca se llevase enfurecido tu barco de vapor de juguete; que se eternizase tu aprendizaje de gacetillero entrevistando a porteras de balonmano en las olimpiadas escolares o a cómicos de la legua en el teatro del pueblo para el periódico del colegio; quisiste también que la barra de arena de la playa te surtiera siempre de coquinas; que no se fueran nunca de tu recuerdo feliz las miradas brillantes de tus primeros amores…    Creciste, tu cuerpo se llenó de carne y de arrugas ocultando el de aquel crío, y creíste, más tarde, más abajo en el caudal de la vida, que no podrías ser niño para siempre. Y un velo de tristeza empañó tus evocaciones.    No obstante, un día, no hace mucho t

EL ADÚLTERO (Cuento)

A mi querida esposa, Eva María, a quien tanto quiero, que me ha ayudado a rematar este cuento    Fue en un momento de desconfianza en su matrimonio con Adela cuando Cristóbal conoció a Carmen.    Los habían presentado unos amigos comunes en la feria de Sevilla y luego había vuelto a coincidir con ella varias veces en el autobús de vuelta a casa desde el trabajo.    A partir de entonces, cada vez que volvían a encontrarse en el autobús, salían chispas de los ojos de ambos, y los dos lo sabían.    Su matrimonio duraba ya veinte años y, si no cansado de las rutinas diarias, al menos Cristóbal se sentía deseoso de cambiar en algo, aunque no sabía en qué.    Adela, su esposa, era una mujer entregada a él y a sus hijos (Antonio, de seis años, y María, de cuatro) y él la quería mucho. Sin embargo, algo que él calificaba como “la llamada de lo salvaje” lo tenía intranquilo, sobre todo por las noches, cuando daba vueltas una y otra vez en la cama con imágenes de sábanas