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EL HUMOR EN TIEMPOS DE CRISIS







   Uno de los más excelsos humoristas literarios de este país, el gallego Wenceslao Fernández Flórez, ingresó en 1945 en la Real Academia Española con su discurso titulado El humor en la literatura española, al que pertenece este párrafo:

   Para todo este inmenso público, en el que entran doctos e ignaros, las fronteras del humor son elásticas y difusas. Dentro de ellas mete, como en saco de trapero, los productos más heterogéneos : los chistes. el sarcasmo, las payasadas, la ironía, un libro de Quevedo y una «salida» de cualquier excéntrico de circo. Cree que es humor cuanto le hace reír. Las mismas diversas acepciones que en nuestro idioma tiene esa palabra, contribuyen a desorientarle. Las definiciones que se le dan son de tal modo inconcretas, que es muy de notar que al humor suele determinársele por imágenes entre las que acaso la más feliz sea la que lo compara a la sonrisa de una desilusión.

   La sonrisa de una desilusión... Me acordé de esta expresión hace unos días, cuando los móviles de todos empezaron a llenarse de miles de memes de WhatsApp, audios, vídeos, enlaces de redes sociales que, humorísticamente, pretendían buscar la sonrisa de quien los recibía al otro lado del aparato, como se decía antes.
   Uno de los más divertidos mensajes que he recibido en mucho tiempo ha sido el del videojuego de Chiquito de la Calzada, que, de nuevo con vida y energía, ha resucitado, aunque sea virtualmente, para pegarle patadas al dichoso enemigo invisible que a todos nos tiene confinados en casa.
   Para no subirse a las paredes de la casa por desesperación hay muchos métodos: establecer una rutina diaria de lectura, meditación, juegos de mesa, deporte, películas, cocina, fregado, etcétera. Sin embargo, es curioso que, hasta desde instancias oficiales como determinados ayuntamientos (por ejemplo, el de mi pueblo, Minas de Riotinto), se nos está pidiendo a los ciudadanos que mandemos vídeos de corta duración para que, con evidente intención humorística, contemos cómo estamos sobrellevando la cuarentena. Es evidente que el objetivo prioritario ahora es mantener la sonrisa de todos, aunque sea la de una desilusión.
   En estos instantes hay que acordarse, más que nunca, de otras situaciones del pasado en las que se puso a prueba la resistencia humana: ¿acaso perdieron del todo, en cualquiera de las guerras recientes que han asolado a la humanidad, el sentido del humor las poblaciones que recibieron bombas desde el cielo? Lo harían a ratos como Pilatos, porque el humor se nos va y se nos viene en situaciones estresantes como esta, pero sabedores de que había que mantener esa llama como hacían con el fuego nuestros ancestros en medio del viento, la lluvia y la nieve.
   Hace unos días, después de que sonaran en mi manzana el toque de diana, el himno de España y el de Andalucía, puse a todo meter en mi casa la canción “I will survive” (“Sobreviviré”) de Gloria Gaynor, un viejo éxito de 1978, y me puse a bailar como un descosido en una ventana de mi salón mientras mi mujer hacía bicicleta estática y mi hija se conectaba con media clase por videoconferencia.
   Unos vecinos del bloque de enfrente, trescientos metros al norte de mi ventana, me respondían con una linterna de móvil. Yo pensé, en mi delirio, que me estarían grabando y que pocos minutos después, empezaría a recibir en mi teléfono imágenes tomadas desde el gol norte de mi baile frenético de san Vito. Imaginaba grandes titulares de prensa al día siguiente: “Un vecino de Sevilla hace viral su baile al compás de ‘I Will survive’”. Y es que esto de querer compartir absolutamente todas estas zarandajas por las redes sociales nos está volviendo tarumbas, más que la psicosis por el virus.
   Definitivamente, me di cuenta, en la soledad del bailante, que estaba haciendo el ridículo, y me resultó toda esta paranoia a la vez algo terriblemente gracioso y graciosamente terrible. La sonrisa de una desilusión...
   Ayer (no sé si porque era el día de san José o porque se va a establecer esa rutina todas las tardes) a las siete sonó en mi barrio un toque de diana y, justo después, sonaron los compases de “Hola don Pepito, hola don José”. Alguien de enfrente gritó: "¡Hola, gol norte!". No sabía que él estaba en el gol norte y los de mi calle en el sur. Desde luego, todos vamos a perder el norte con todo esto. ¡Ja!
   Pasada la euforia inicial de cantar (o pinchar más bien, porque habíamos olvidado cómo se cantaba) los himnos de las comunidades regionales, hemos pasado luego a todo tipo de canciones de resistencia como “I will survive”, “Resistiré” del Dúo Dinámico, “Sobreviviré” de Mónica Naranjo o el “Nessun dorma” de Puccini. Toda una “playlist” del “Quiero vivir para siempre”. ¡Anda, no me acordaba ya yo del “I want to live for ever” de Queen.
   Hace unos días, el escritor y periodista Sergio del Molino, en su columna de El País, hablaba de la necesidad perentoria que tenemos en estos momentos de humoristas, de payasos que nos hagan ver lo dignos de lástima que en realidad somos.
   Lo que más me ha gustado de todo este fervor colectivo ha sido las luminarias en las ventanas: la gente, tras escuchar, poner y/o cantar/tararear el himno de su comunidad o del país y luego hacer lo mismo con las canciones de resistencia, se quedaba en silencio, o escuchando los últimos compases de estos himnos de supervivencia, en las ventanas y balcones con linternas encendidas, queriendo simbolizar así la esperanza que todos tenemos de que pronto acabe esta situación que tanto nos pone a prueba.
   Ayer, mientras sonaba de fondo el himno de Andalucía (que nunca me pareció más hermoso), varios vecinos salimos al aire de la tarde a encender nuestras luces. Con ello queríamos comunicarnos, de una manera casi implícita, que estamos desilusionados y atemorizados por esta terrible crisis sanitaria, social y económica, pero también que seguíamos conservando, como un tesoro que debíamos proteger en esta extraña convivencia, nuestras sonrisas.
   Por eso escribo y por eso rezo. ¡Resistiremos!



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