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SOBRE LOS DEBERES ESCOLARES EN ESTOS TIEMPOS DE PANDEMIA



   El profesor y escritor español Luis Landero publicó hace veinte años un ensayo titulado Entre líneas: el cuento o la vida (editorial Tusquets, 2000). Es un libro entre biográfico y ensayístico en el que aparecen reflexiones muy lúcidas sobre el papel del profesor y de la literatura en la sociedad contemporánea.
   Dice Landero en el libro lo siguiente: “El profesor, hoy, empieza a tener algo de figura de época. Es uno de los últimos nexos que unen a la sociedad con la tradición. Y, sin embargo, pocas cosas hay tan necesarias hoy como enseñar historia, filosofía o literatura. Si ellas no consiguen civilizar a este mono que parece no acostumbrarse a vivir sin el rabo, nadie sabe qué otra cosa podría salvarlo”.
   Es curioso cómo cambian los tiempos. Con el confinamiento del coronavirus, de pronto el profesor ha dejado de ser una “figura de época” para convertirse en una pieza clave del ensamblaje social en esta inédita situación.
   Estamos recibiendo en los móviles estos días, entre muchos otros mensajes, audios o vídeos en los que padres o abuelos se quejan con gracia de la cantidad de deberes que maestros y profesores les han mandado hacer durante la cuarentena (¿a ellos o a sus hijos o nietos?).
   En uno de ellos, una señora llega a decir que, cuando vea a un maestro por la calle, le va a pegar una torta. Está claro que para ella seguimos siendo figuras de época.
   Debo decir que no he mandado (hasta ahora) ningún deber a mis alumnos de ESO, sobre todo a causa de que he tenido que asimilar -como todos- un cambio de situación tan radical como este. Además, todo este lío nos ha cogido a muchos profesores en medio del proceso de la evaluación del segundo trimestre, con lo que la prioridad era ponerles las notas a los alumnos (ahí estoy todavía).
   Como a muchos de ustedes, a mí todo este follón me ha provocado un gran desasosiego, por lo que, aunque me he sentado estos días atrás a corregir exámenes, no he podido dejar de estar pendiente de las noticias acerca de la evolución de la crisis sanitaria, las cuales me han llegado a través de múltiples canales propios o ajenos. La convivencia de tres personas en un piso pequeño hace también que uno no pueda alejarse del todo del ruido informativo.
   Con respecto a estos deberes, hay que hacer varias puntualizaciones.
   En primer lugar, creo que es imprescindible que los plazos de entrega (en el caso de que los profesores quieran corregirlos en estos momentos de turbación, lo cual me parece una barbaridad) deben ser muy amplios. ¿Por qué? Porque lo primero es la emergencia sanitaria. Ayer, por ejemplo, dediqué unas horas a fabricar mascarillas caseras y a arreglar la base de mi bicicleta estática. Soy diabético y para mí el ejercicio físico es fundamental, por lo que, antes de hacer mi trabajo bien, tengo que cuidar mi salud.
   Además, los profesores no pueden olvidar que las familias están sometidas ahora a un estrés tremendo, por lo que hay que mandar deberes pero con cabeza, sin saturar en exceso a unas casas agobiadas por no poder salir de casa.
   Lo primero es lo primero. Esto lo estamos aprendiendo a la fuerza estos días. En la nevera hemos puesto un folio cogido con imán en el que priorizamos las cosas que hay que comprar o hacer en la calle en tres grupos: MÁS IMPORTANTE, Menos importante y Prescindible.
   No quiero decir con ello que el profesor estos días extraños deba tirarse a la bartola, ni mucho menos. Hay que mandar deberes, enlaces a libros, propuestas de cine, páginas de sintaxis, etcétera, pero tampoco hay que pasarse y convertir los salones de nuestros pequeños pisos en aulas virtuales con conexión multicanal a los dispositivos de nuestros alumnos.
   Por otra parte, pienso que, si muchas veces cuando explico en clase delante de los alumnos no me atienden (incluso algunos, sin que yo los vea, se ponen a jugar en línea entre ellos), ¿cómo me van a atender ahora desde sus dormitorios, sitio que ellos consagran para sus redes sociales, sus videoconferencias con amigos y sus juegos?
   Ahora viene otra cuestión importante: el teletrabajo. Muchos profesores estamos metidos en plataformas educativas (Moodle, por ejemplo) en las que subimos contenidos -apuntes, libros de lectura, ejercicios...- a nuestros alumnos. Sin embargo, hay profesores que no están metidos en esas plataformas porque nunca han llegado a utilizarlas. Es una opción tan digna como otra cualquiera y no seré yo quien la critique, por supuesto, pero ahora las circunstancias nos obligan a los docentes a cambiar de actitud en cuanto al teletrabajo.
   Hay por tanto, en este momento, un escalón entre los docentes en cuanto al uso de las nuevas tecnologías de clase.
   Si esto ocurre con los docentes, sucede mucho más con los alumnos. Muchas veces en clase escucho la frase siguiente: “Profesor, no me va la clave de Moodle”. Si no le iba cuando me tenía delante, ¿cómo le va a ir ahora? Pues mal.
   Lo peor de todo esto es la situación en que quedan los alumnos más desfavorecidos. La brecha digital en su caso los margina terriblemente, pero no solo eso es preocupante, sino también la dificultad que van a tener para poder acceder a la cultura o la información veraz. Sin libros en sus casas, sin dispositivos eficaces y, sobre todo, sin el conocimiento para entrar en páginas de confianza, este es irremediablemente ya un año perdido para ellos.
   “Sin prisa pero sin pausa”, ese creo que debe ser el lema en una situación como esta. Este tiempo de detenimiento de la actividad cotidiana nos debe hacer reflexionar a todos sobre el papel del profesor en la sociedad d. c. (después del coronavirus).
   Creo que el papel del profesor, confinado entre libros como un monje medieval en medio de la barbarie, ahora mismo es el de siempre: el de abrir caminos a sus alumnos, aunque sea desde la distancia, a pesar de los problemas de acceso a las plataformas digitales de subida de deberes o de información docente y, sobre todo, a pesar de la emergencia sanitaria que es real y, además de preocupaciones, irá dejando secuelas hondas en toda la comunidad educativa.
   Es esta una oportunidad de oro para concienciar a la sociedad sobre la importancia de la lectura. Quizás porque hoy, más que nunca antes en la historia del mundo, lee muchísima gente todo tipo de mensajes de diversa procedencia, dejando a un lado la calidad formal y de contenido de los mismos.
   Yo por ejemplo mandaría una lista de libros luminosos a mis alumnos, que podría ser esta:
  1. Corazón, de Edmundo de Amicis.
  2. El principito, de Antoine de Saint-Exupéry.
  3. Recuerdos de niñez y de mocedad, de Unamuno.
  4. Capitanes valientes, de Kipling.
  5. La zapatera prodigiosa, de Lorca.
  6. Lazarillo de Tormes.
  7. El tesoro del pirata, de Stevenson.
  8.  Los piratas de laMalasia, de Salgari.
  9.  Las aventuras deRobinson Crusoe, de Defoe.
  10.  Viajes de Gulliver adiversos países remotos, de Swift.

   He seleccionado ediciones antiguas, con lenguaje complicado. Ahora tenemos todo el tiempo para buscar en el diccionario los significados de las palabras y ampliar nuestra base de datos mental de vocabulario nuevo.
   Creo que también es una oportunidad inmejorable para volver a la caligrafía, a hacer ejercicios para pulirla, puesto que, sobre todo en secundaria, había dejado de ser una prioridad.
   He titulado esta entrada haciendo referencia no a los deberes escolares, sino a los deberes de los escolares. Los escolares tienen un deber en este tiempo, que es el de formarse. Sus familiares podrán facilitarle el acceso a los contenidos y ejercicios, pero al final la tarea es de ellos y solo de ellos. La tarea de los padres, como siempre, es enseñar a sus hijos la asignatura más importante de todas: Humanidad.
   Por último, termino con unas palabras de ánimo para todos, porque superaremos esta prueba que nos manda el cielo. Por eso escribo y por eso rezo. RESISTIREMOS.
 



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