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SOBRE LA RESPONSABILIDAD DE LA PRENSA EN ESTOS TIEMPOS DIFÍCILES





   La prensa fue en España tradicionalmente una gran aliada de la literatura. En los periódicos españoles, a partir del siglo XIX, aparecieron, por ejemplo, las ideas de ensayistas de prestigio, las historias de folletín de consagrados novelistas e incluso hasta poemas que entretenían al público, deseoso de novedades.
   El periodismo y la literatura iban de la mano en un mismo camino. Por ello, muchos escritores publicaban en prensa y muchos periodistas daban a su pluma un evidente vuelo literario. La tercera pata de la mesa era la política, pues muchas veces se daba en una misma persona la figura del político, del periodista y del escritor.
   Un ejemplo de dicha fusión entre prensa y literatura fue el famoso suplemento del antiguo periódico El Imparcial. En dicha hoja (Los Lunes) a partir de 1874 escribieron grandes plumas de la Restauración y de la generación del 98: Juan Valera, Federico Balart, Manuel del Palacio, Ramón de Campoamor, Emilia Pardo Bazán, Jacinto Octavio Picón, Leopoldo Alas Clarín, Miguel de Unamuno, Jacinto Benavente, Pío Baroja, Ramón Pérez de Ayala, Ramiro de Maeztu, Azorín o Ramón María del Valle Inclán.
   En el esperpento teatral Luces de bohemia (1924), Valle-Inclán refleja la pulsión literaria que existía en los lectores de la prensa de entonces. Por ejemplo, en la escena segunda de la obra asoma la chica de una portera (“Trenza en perico, caídas calcetas, cara de hambre”) y tiene lugar este diálogo referido a una novela por entregas publicada en un periódico:

LA CHICA.‒¿Ha salido esta semana entrega d’El Hijo de la Difunta?
ZARATUSTRA.‒Se está repartiendo.
LA CHICA.‒¿Sabe usted, si al fin se casa Alfredo?
DON GAY.‒¿Tú qué deseas, pimpollo?
LA CHICA.‒A mí plin. Es Doña Loreta la del coronel, quien lo pregunta.
ZARATUSTRA.‒Niña, dile a esa señora, que es un secreto lo que hacen los personajes de las novelas. Sobre todo en punto de muertes y casamientos.
MAX.‒Zaratustra, ándate con cuidado que te lo van a preguntar de Real Orden.
ZARATUSTRA.‒Estaría bueno que se divulgase el misterio. Pues no habría novela.

   Poco a poco, lentamente, como en todo cambio gradual, la prensa fue abandonando esa vertiente literaria, la cual quedó solo en el estilo de los nuevos periodistas, influenciados por el “nuevo periodismo” norteamericano de los años 1960, bautizado por Tom Wolfe.
   Puede decirse que en los periódicos se produjo una amalgama, una fusión de periodismo y literatura. A partir de entonces había que empezar a escribir las noticias como si el periodista fuese Gabriel García Márquez ante el primer folio en blanco de Cien años de soledad.
   Las novelas por entregas quedaron arrumbadas, salvo contadas excepciones, como la publicación de Sin noticias de Gurb, de Eduardo Mendoza, en El País en agosto de 1990 y alguna que otra novela de verano más. Una escasa cosecha de literatura.
   A pesar de que muchos lectores habituales de prensa somos lectores al mismo tiempo de novelas, esos dos mundos quedaron casi desvinculados.
   Tres son las funciones de la prensa: informar, formar y entretener. Para la última función la prensa escrita había reservado antiguamente a escritores consagrados pero, con el discurrir del tiempo, los fue orillando en beneficio de una sección titulada Gente, que venía a completar la información de cotilleo que ya empezaban a facilitar a mansalva las cadenas de televisión.
   Ese divorcio entre prensa y literatura puede que haya provocado un gran daño a la venta de periódicos y a la oportunidad de formar generaciones de lectores de obras literarias.
   Pero lo peor no ha sido eso para la prensa, sino la falta de relevo generacional de sus lectores. Los jóvenes no leen prensa ya, o la leen muy tangencialmente. Sus medios de información son sobre todo las redes sociales, donde encuentran todo mezclado: la noticia verídica publicada por un medio de prensa fiable junto a la información falsa difundida por cualquiera de sus “amigos” virtuales.
   Gran parte de culpa de la pérdida de prestigio de la prensa escrita la han tenido los periodistas, que durante mucho tiempo han ofrecido gratuitamente al espacio digital sus contenidos. Ya se sabe que lo que es gratuito no se valora (hasta ahora, momento de crisis en que echamos de menos tantas cosas).
   Curiosamente, la crisis del coronavirus ha cogido a algunos medios en pleno proceso de transición a una nueva etapa de suscripciones a la prensa digital, proceso que han tenido que paralizar a causa de la urgencia de liberar los contenidos informativos que ahora es el signo de cualquier editorial que se precie.
   Pienso que este momento puede ser vital para el resurgimiento de la prensa escrita.
   En un momento tan difícil como el que nos tiene desorientados, la prensa tiene tres grandes retos:
   1. Informar sin preocupar en exceso: teniendo en cuenta que todos sabemos muchísimo de todo lo concerniente al dichoso virus, lo mejor es ir transmitiendo noticias esperanzadoras.
   2. Formar opiniones de los lectores, sin entrar en críticas exacerbadas. Las críticas severas debemos dejarlas para cuando acabe todo este pánico que nos atosiga.
   3. Entretenernos a todos, pero dejando a un lado cotilleos innecesarios que no aportan nada y proponiendo actividades culturales (películas, series, libros, documentales, vídeos de conferencias, etc.) que nos liberen en parte de la angustia del confinamiento. Añadiría a toda esa lista la recuperación de la literatura en la prensa escrita.
   El inicio hace dos días de la publicación de una novela por capítulos de Antonio Orejudo en El País es una buena noticia.
   Que la literatura en estos días de tribulación nos ayude a todos a soportar este confinamiento.
   Por eso escribo y por eso rezo. RESISTIREMOS.

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