A mi tío Waldemiro, fiel lector de mis palabras
Uno de los momentos televisivos que he vivido con más intensidad en los
últimos tiempos ha sido el primer capítulo de la serie de documentales ETA,
el final del silencio, de Jon Sistiaga, en el que la viuda de Juanmari Jauregui,
Maitxabel Lasa, almuerza, teniendo al lado una cámara, con Ibon Etxezearreta, miembro
del comando etarra que mató a su marido.
Ese capítulo se titula “Zubiak”, que en euskera significa “Puentes”. Es un título muy acertado, porque ese es el tema principal de la serie: la capacidad que la
sociedad vasca tiene ahora para poder tender puentes de reconciliación tras
décadas de terrorismo de ETA.
No es fácil entender, sobre todo emocionalmente, la postura dialogante
de Maitxabel: invitar a comer a uno de los hombres que mataron a su marido en
una sociedad gastronómica que además, en tiempos, fue un restaurante de la
familia de Juanmari.
En la serie aparecen, lógicamente, muchas posturas ideológicas dentro del
colectivo de las familias de las víctimas. Muchos familiares de asesinados, heridos o extorsionados por
ETA no pasarían por un trago como ese, y esa también es una postura totalmente
lógica y comprensible desde el punto de vista emocional.
Maitxabel tiende su mano, en una generosidad asombrosa, a Ibon porque entiende
que él, que aún cumple condena por ese y otros delitos de sangre, está
arrepentido de verdad. No es la primera vez que se entrevista con él, uno de
los presos de la “vía Nanclares”, proyecto de reinserción de presos etarras que
tiene como objetivo su reintegración en la sociedad. Sin embargo, esta vez
parece que están solos uno frente a otro, con la presencia casi invisible de
una cámara que registra sus palabras durante la comida, preparada por ella.
Es asombrosa la templanza de la viuda, fruto de unas convicciones morales de diálogo dignas del mejor de los elogios.
Es asombrosa la templanza de la viuda, fruto de unas convicciones morales de diálogo dignas del mejor de los elogios.
Si gestos como este son posibles en la sociedad civil tras pocos años del final del terrorismo en el País Vasco, me pregunto por qué no ha sido posible que
los políticos del parlamento español hayan hecho borrón y cuenta nueva con
algunos asuntos del pasado que la sociedad civil ha preferido ir dejando a un lado para seguir avanzando -como la guerra civil, ETA o los GAL-, los cuales han continuado
coleando hasta hace muy poco tiempo en las tribunas del hemiciclo y que en
estos momentos, ante la urgencia de la crisis sanitaria, han quedado orillados
de forma que su sola mención resulta fuera de lugar.
Así, fuera de lugar, es como funcionan muchos políticos en este país,
arrojando a las trincheras contrarias muertos de un bando a otro, sin darse
cuenta de que su labor es la de pactar con fuerzas de signo contrario las
mejores opciones para el país.
Hora es ya de dejar a un lado la política necrófila en beneficio de una política salutífera.
Hora es ya de dejar a un lado la política necrófila en beneficio de una política salutífera.
Gobernar era esto, señores políticos: no una fiesta de carnaval a la que
llegar con palabras de promesa o juramento inventadas para arrimar el ascua a
la sardina de cada uno; no un photocall o escenario de postureo digital donde
plantar la mejor sonrisa; no una carrera, sin titulación al final, cuyo objetivo
fuera el lucro personal; no la exhibición de miles de clichés lingüísticos con
los que contentar a sus dubitativos votantes; no la discusión bizantina sobre
referendos nacionalistas o embajadas autonómicas en el extranjero que iban a
costar o costaron un dineral que ahora echamos en falta para mascarillas...
No, la política no era eso. Los políticos no podían llegar a ser nunca,
como sucedió en algunas encuestas de hace pocos años, la tercera preocupación
de los españoles.
La política debe tender puentes entre extremos; facilitar la vida a los
ciudadanos y no complicársela más todavía; llevar a término proyectos realistas
y no arbitrismos quiméricos sin sustancia y demagógicos; velar por el bien
común más allá de las diferencias ideológicas; dialogar siempre con metas de
posible acuerdo en el objetivo; saber gestionar muy bien el dinero de los impuestos...
Señores políticos de este país: no olviden nunca que su deber es
representar al pueblo español, pero no solo eso. También tienen el honroso deber
de buscar pactos y alianzas con partidos de ideología contraria. De no ser así,
la opción que les queda es la de dimitir y dejar paso a representantes con más
capacidad efectiva de diálogo y acuerdo.
Por otra parte, ante la gravedad de los hechos presentes, los ciudadanos
haremos bien en mordernos la lengua y dejar las críticas acérrimas a los políticos
para el ámbito privado, pues ahora la unidad de todos tiene que ser nuestra
bandera.
No es buena señal que el jefe del ejecutivo y el de la oposición, en
plena crisis del coronavirus, hayan estado casi dos semanas sin hablarse, actitud
que en estos momentos es impensable en países de nuestro entorno como Alemania,
Reino Unido, Francia, Italia, Holanda, Portugal o Bélgica.
Dentro de unos años, cuando sea esta pandemia una pesadilla muy lejana,
podremos al fin expresarnos de la mejor manera posible: en las urnas, que son
las oposiciones de los políticos ante el tribunal del estado soberano de los
ciudadanos (y ciudadanas).
Que la responsabilidad y el buen gobierno guíe a nuestros políticos en
estos tiempos de turbación.
Por ello escribo y rezo. ¡Resistiremos!
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