
A mi madre, que siempre
me lee, y a mi padre, para que me lea
me lee, y a mi padre, para que me lea
El
pasado verano hicimos un viaje con unos amigos a Berlín. Contratamos un tour
con una agencia para visitar los restos del campo de concentración nazi de
Sachsenhausen.
De
entre todas las imágenes que guardé en el archivo de la memoria ese día, una de
las más horribles fue la de un matrimonio que, con un palo de selfi, se
fotografiaba sonriendo delante de los restos de una alambrada y un viejo cartel
de advertencia.
Justo antes de
entrar en aquel lugar de penosa memoria, la guía, una murciana residente en Berlín con la que pegamos luego
la hebra, nos había advertido de que, por respeto a las miles de víctimas que murieron
allí, no era de recibo el hacerse selfis como si estuviéramos en cualquier
campo de atracciones.
Por desgracia,
muchas personas no son capaces de ver la diferencia entre estar en un sitio o
en otro.
El hecho de
que los viajes se hayan abaratado ha permitido que mucha gente, que antes no
podía viajar con asiduidad, haya podido hacerlo a un módico precio.
Sin embargo, el
hecho de que hayamos podido viajar a casi cualquier lugar ha permitido que haya
aflorado en los turistas la falsa idea de que cualquier lugar es igual
a otro y, por tanto, la de que se puede estar igual en un sitio que en otro
distinto.
No
es así, porque hay lugares en los que el peso del aire es diferente, aunque no
sepamos verlo. No puede ser igual estar en Jerusalén que en Moscú, en Tokio que
en Kansas, en Cádiz que en Bilbao, a pesar de que las distancias se acorten en
estos tiempos globalizados.
Viajar,
entre otras cosas, es ser consciente de las distancias y las diferencias entre
unos lugares y otros, saber integrarse en el nuevo sitio al que uno llega y
saber comportarse con arreglo a la esencia de la tierra que a uno lo recibe.
Viajar
es darse cuenta de que el protagonismo lo tiene el lugar y no nosotros.
Viajar
consiste, entre otras cosas, en saber respetar los lugares que uno recorre y
entender que, antes de uno, esos lugares fueron recorridos, amados, vividos por
miríadas de personas que en ellos dejaron recuerdos de sus existencias ya desaparecidas,
muchas de ellas ligadas a terribles sufrimientos.
El
viajante debe ante todo conocer y respetar la esencia de los caminos que
recorre, porque, más allá de una foto hecha con selfi guardada en un álbum que
habrá de coger polvo indefectiblemente, lo mejor del viaje es el recuerdo de
que uno vivió lo que fotografió por encima de haber fotografiado lo vivido.
Viajar
equivale a leer de una sentada varios libros seguidos. El buen viajante (por
encima del turista del palito de selfi) es quien entiende que viajar es una vía
óptima para conocer a los demás, lo cual lo lleva a conocerse mejor a sí mismo.
Que de esta
cuarentena salgamos fortalecidos con la idea de que viajar es una de las mejores
maneras de renovar nuestros sueños.
Por ello
escribo y rezo. ¡Resistiremos!
Comentarios