Porque
hace tiempo que nos merecemos un descanso tras un año tan terrible como el que
estamos padeciendo; porque hace años, mucho antes del coronavirus, que nuestra
existencia se había convertido en un vaivén insufrible de idas y venidas
marcadas cada vez más por una aplastante y temible presencia de lo tecnológico;
porque habíamos olvidado en gran medida la parte humana de nuestra esencia en
aras de una impasibilidad robótica que va en contra de nuestra naturaleza;
porque arrinconamos la fe en una esfera tan íntima y privada que ello nos
impide compartir con los demás su salvífica presencia; porque sencillamente
somos humanos y ello nos debe enseñar la fragilidad de nuestro viaje a través
del espacio y del tiempo; porque quizás hemos de desterrar de una vez por todas
de nuestro corazón la idea de que seremos más felices cuanto más consumamos
productos que al instante desecharemos o porque, simplemente, abandonamos hace
ya una eternidad la idea de que podemos ser pequeños diosecillos de bondad que,
al repartir amor por el mundo, armonizamos con las esferas del ancho éter para
cantar así el milagro y el asombro de estar vivos, de solamente estar, de
solamente ser.
Por
todo ello conjuntamente quiero, queridos lectores, felicitaros la Navidad, que
este año va a ser a la fuerza tan diferente a lo acostumbrado.
Si
hay una palabra que ha definido este año, sin duda ha sido la palabra SILENCIO:
silencio angustiado cuando en marzo oíamos los partes de guerra médicos en la
radio, que no paraba de darnos noticias escalofriantes; silencio de
incertidumbre cuando se paraba la actividad económica y el porvenir de muchas
familias quedaba en el aire; y, al fin, ahora un silencio expectante y, en parte,
ilusionado, por nuestra fe en los sanitarios y en los investigadores, que en un
tiempo increíble han puesto en marcha medicamentos y una vacuna contra el virus
que es la esperanza de una temerosa humanidad.
Más
allá de las disputas políticas, de los vaivenes ideológicos, del ruido de las
redes, por encima de nosotros, más allá de las nubes, hay otro silencio: el de
Dios, que nos contempla y nos ve pasar desde su altura con benevolencia, o eso
al menos esperamos.
Quizá
Dios, si es tan terrible como imaginan algunas ideas de él, pensó que nos hacía
falta como humanos todo esto (lo digo consciente del sufrimiento tan terrible que
estamos padeciendo) para que pudiésemos entender una vez más en la historia que
en el fondo somos de una fragilidad terrible y que no estamos solos en el
universo porque hay un ser que nos hizo y aún nos acompaña en nuestro devenir
por la galaxia.
No
dejamos de oír frases del tipo “¡A ver si acaba ya este año!”. Hay quien
pretende olvidarlo, como si no hubiese pasado por nuestras vidas. Sin embargo,
aunque queramos, no podremos olvidarlo nunca. No, hemos de vivirlo entero hasta
el final, porque también el sufrimiento hay que vivirlo: hemos vivido demasiado
tiempo con la idea de querer evitarlo a toda costa. ¿Acaso pensábamos que había
vida sin sufrimiento?
No
sé si el ser bético tiene algo que ver con todas estas ideas, pero es evidente
que el sufrimiento siempre nos ha curtido, siempre nos ha hecho más fuertes. Esta
temible prueba de la pandemia ha extendido a todo el globo la idea de nuestra
indefensión, pero también la de nuestra fortaleza y la de nuestra unidad, que
muchas veces arrinconamos por culpa de banderías absurdas (“mi” barrio, “mi”
equipo de fútbol, “mi” partido político, “mi” libro...).
Pablo
d´Ors, escritor al que admiro, autor de Biografía del silencio (magnífico
libro de iniciación a la meditación), ha hablado en alguna ocasión de que
intentó en muchas ocasiones sentarse, en sus meditaciones, en su camino
espiritual, al lado de una “puerta” metafórica, al lado de un portal de acceso
a la trascendencia esperando que se terminase abriendo, hasta que descubrió un
día que no hay puertas o, mejor dicho, que cualquier tiempo, objeto, compañía o
lugar puede ser una puerta al misterio. Y, si hay un misterio profundo en el
devenir de la humanidad, ese es el de la Navidad.
Porque
Dios es y está aquí, porque Dios es y está ahora, queridos lectores, os deseo
una muy feliz Navidad.
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