Señoras, señores: Bienvenidos a esta teleconferencia en la que quiero aclarar la paradoja de Epiménides, sabio del siglo VI antes de Cristo, de quien se dice que estuvo dormido cincuenta o cincuenta y siete años (depende de la fuente a la que acudamos) y que llegó a vivir ciento cincuenta. Parece que, en uno de sus escasos momentos de vigilia, escribió unos versos de un poema que han dado mucho que pensar: ¡Los cretenses, siempre mentirosos, bestias malvadas, vientres ociosos! La gracia del asunto es que él era cretense, nacido en Cnosos, con lo cual no se sabe si mentía o no al decir que los cretenses eran mentirosos. El título de esta entrada es una reformulación de la frase del sabio cretense que he encontrado en el magnífico libro de Enrique Vila-Matas París no se acaba nunca . Voy a intentar sintetizar el significado de la paradoja (algo que quizás al mismo Aristóteles, si resucitara para solo ello, habría de suponer...