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LA TERRIBLE PÉRDIDA DE LA ATENCIÓN

           




             Querido lector:

 

He escuchado y leído muchas clasificaciones del ser humano, pero creo que, en esencia, los individuos de nuestra especie se dividen en dos grandes grupos: los activos y los contemplativos, con muchos matices entre los dos extremos.

La realidad no puede verse solo en dos colores (blanco o negro), porque hay muchos matices intermedios.

En este caso, hasta la persona más apegada a las necesidades de movimiento de su cuerpo tiene necesidad de contemplar; y, por otro lado, hasta el monje más estricto tiene necesidad de actuar y moverse en algún momento de su camino espiritual.

Acción o contemplación… En medio de esos dos polos se mueve (o debe moverse) nuestra existencia.

Lo malo es que se nos está proponiendo continuamente un modelo de individuo esencialmente activo (creativo, nómada, tecnológico…) que es el que conviene al sistema de la sociedad de consumo.

Los profesores nos quejamos de que en clase, con especial énfasis en los últimos años, nuestros alumnos no atienden nuestras explicaciones.

Se me podrá objetar que me quejo de ello porque pertenezco a la categoría del profesor clásico, amante de la clase magistral (lo cual es cierto), pero también lo es que los alumnos cada vez tienen más déficit de atención en el aula y, probablemente, en el resto de su vida diaria.

Incluso se ha catalogado el Trastorno de Déficit de Atención (con o sin Hiperactividad), el famoso TDA(H), que es producto en muchos alumnos de varias causas.

A muchos de los de mi generación (tengo 50 años), cuando éramos niños y protestábamos por no encontrar diversión, nuestros padres nos decían “¡Abúrrete!” y no nos daban más opciones que divertirnos por nuestra cuenta o aburrirnos soberanamente.

Sin duda, el aburrimiento es un factor muy poderoso de creatividad.

Recuerdo que, en aquellas tardes de juego debajo de mi bloque, no necesitaba apenas amigos: unos ladrillos sabiamente colocados y unos soldados de juguete servían para inventar un fuerte en territorio apache y toda una cadena de historias fabuladas y fabulosas.

Pero, ¿qué es lo que ocurre hoy con los niños? Para empezar, no pueden salir solos a la calle, pues el miedo al desconocido ha aumentado poderosamente, azuzado por los medios des-informativos.

Por otro lado, muchos padres de hoy procuran evitar a toda costa el aburrimiento de sus hijos. La idea que se nos ha impuesto en nuestras cabezas es la siguiente: “Si se divierten mis hijos es gracias a mí, que soy un padre magnífico, pero si se aburren el culpable soy yo, que seré entonces un mal padre”.

La consecuencia es que a los niños de hoy se les regala todo tipo de artilugios caros (móviles, videojuegos, ordenadores, tabletas, libros electrónicos…) para desterrar el odioso fantasma del aburrimiento.

No estoy en contra del uso de estos aparatos (pues también tienen que comer los señores que trabajan fabricándolos), pero sí estoy en contra del abuso de ellos, pues hay muchos otros entretenimientos más baratos y saludables, como conversar, pasear, contemplar las luces del cielo...

La principal tarea de un adolescente debe ser atender a sus estudios y, si no lo hace, sus padres deben plantearse seriamente ir quitándole estos regalos que dificultan la capacidad de atención.

Recuerdo que hace unos años era yo tutor de un alumno con problemas en los estudios. Hablé con sus padres y me confesaron que el chico tenía televisión propia en su cuarto. Era aquella una época en la que la programación nocturna de las cadenas de televisión locales no era precisamente edificante. Yo procuré convencerlos (no sé si lo conseguí) de que aquella tele en el dormitorio del chaval no era una buena idea.

Hoy, sin embargo, los problemas vienen dados por algo peor: el acceso de los chavales a una información inmediata y desmesurada (sin que además puedan tener la posibilidad de digerirla o contrastarla) en sus teléfonos móviles.

Leí hace unos años la noticia de que en Londres existe un colegio que establece con los padres el compromiso de que no les permitan usar a sus hijos los móviles en ningún momento del curso escolar, pero ni siquiera en sus casas. Es una reacción lógica al exceso del que hablamos.

Por el contrario, cada vez se observa más, sobre todo en adolescentes, la dependencia de los móviles, aunque “adicción” es palabra más correcta.

Lo más terrible de esa dependencia o adicción es que la gente ya no mira a los demás ni a su entorno.

Me llamó la atención hace también unos años la noticia de que en Suecia, Rusia y Alemania se habían instalado las primeras señales de tráfico (algunas en el mismo suelo) que intentan prevenir accidentes entre los adictos a los teléfonos inteligentes.

Incluso los alemanes han acuñado el término smombie (mezcla de smartphone y de zombie) para referirse a estos nuevos viandantes que ignoran los peligros del tráfico.

No es ninguna tontería el asunto, pues se está multiplicando el número de peatones atropellados o causantes de accidentes de tráfico por causa de no levantar sus ojos del móvil.

El 13 de febrero de 2015 publiqué en este blog una información relacionada con este tema: el aumento del tiempo medio de estancia de los comensales en un restaurante de Nueva York a causa de su adicción a los móviles durante el almuerzo.

Me parece que esta noticia es indicativa de un estado de cosas preocupante. Cuando el personal se dedica más a estar en contacto con el mundo de una manera virtual que a estar en contacto con su realidad física más cercana, el ser humano está, desgraciadamente, perdiendo su capacidad de contemplar. El penúltimo episodio de esta tendencia fue el éxito obtenido hace unos veranos por un popular videojuego para móviles de Nintendo. El último, la adicción de muchos adolescentes en clase a videojuegos en línea, a los que juegan en clase ¡incluso delante de los profesores que intentan, pobrecitos míos, hacer su trabajo como pueden!

En definitiva, llenamos la mente de datos, extraídos de un maquinillo, datos que impiden que nos instalemos, sin prisa y serenamente, en la realidad que podemos percibir por los sentidos, aunque sepamos con certeza que hay otras realidades distintas que nos pueden llegar por vía tecnológica.

Otro aspecto de este asunto es cómo las nuevas generaciones están reemplazando siglos de lectura en papel por una lectura en dispositivos electrónicos que se está demostrando de peor calidad para el cerebro del lector.

Probablemente uno de los retos de la siguiente generación (la de mi hija) sea el poder conciliar mundo real y mundo virtual de la mejor manera posible.

Leí hace tiempo una cita muy certera no recuerdo de qué persona que afirmaba que durante gran parte de su vida había leído mucho, pero que, llegada a cierta edad (y habiendo aprendido muchísimo de sus lecturas), había empezado a aprender a no leer. 


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