A la memoria de Ismael Yebra
Queridos lectores:
La semana pasada
escribí sobre la belleza y la perfección técnica de la película 1917,
sin duda una de las mejores de los últimos tiempos.
En dicho escrito mencioné
de pasada una escena bíblica conmovedora del filme: el militar inglés protagonista,
que intenta llevar un mensaje a un destacamento que no es el suyo para evitar
una carnicería, logra llegar de noche a las ruinas de un pueblo francés, donde
es perseguido por soldados alemanes.
Al fin, casi desesperado,
logra refugiarse en el interior de una casa. Allí descubre a una madre joven
con su bebé.
Es un momento de
calma en medio de la trepidante acción de la cinta, una escena mágica que el
director Sam Mendes rueda con una poesía, un simbolismo y un detenimiento asombrosos.
El mensajero y la muchacha se muestran como seres atemorizados que, en medio de las atrocidades que los rodean, logran comunicarse a pesar de la dificultad de hablar dos idiomas tan distintos.
La joven le dice que el bebé llora porque tiene hambre y que
ella no puede darle nada. El cabo William Schofield, interpretado por el actor
George MacKay, le ofrece a ella comida de su cartera, pero la madre le dice que
el niño lo que necesita es leche.
Leche... En medio
de su agitación mental, el soldado cae en la cuenta de que leche es
precisamente lo que contiene su cantimplora.
Y la ofrece, como quien ofrece
palabras de consuelo a una amiga a quien se le ha muerto su padre o su marido;
como quien espera que, más allá de la tormenta, del frío, de la lluvia, venga al fin la primavera; como quien espera en Dios que cesen los males que acechan a la
pobre humanidad doliente de ahora, de siempre.
Porque ese es el mensaje que la
Navidad sigue ofreciendo a este mundo, miles de años después: el de que el amor
por los demás nos hace grandes, nos hace libres y, por encima de todo, nos hace
humanos.
Brindaré estos días por
vosotros, queridos lectores, que tenéis la paciencia de leerme, por que encontréis la calma en
medio de la batalla; la luz en medio de la oscuridad y la niebla; el amor
en medio de la guerra de todos los días.
Este mundo no se
hizo para los escépticos ni para los malvados, sino para los portadores de luz.
Feliz Navidad, amigos. Que el niño
Dios os colme de bendiciones.
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