-A todos los escritores nos pasa algo parecido con nuestros cuadernos
de notas: vamos apuntando en ellos rastros de sensaciones, inicios de un relato
o poema, títulos para futuras entradas de blog, ideas para escritos posteriores... y no nos vamos dando cuenta de que, en realidad,
la gran obra que ansiamos construir la vamos realizando ya con todo ese
maremágnum de anotaciones, con todo ese batiburrillo de palabras que pretenden
ser progenitoras de muchas otras en la posteridad.
-Los escritores tenemos una facilidad innata para no ser capaces
de leer entre líneas nuestros propios escritos, cuanto más para poder extraer
de nuestros cuadernos de notas proyectos más o menos aceptables.
-En esto la literatura se parece tanto a la vida... Vivir es
también ir haciendo anotaciones en cuadernos de fortuna (en servilletas de bar
manchadas de café, en programas de mano de funciones de teatro, en entradas de
cine o tiques de metro, en folios desechados...), ir dejando huellas ínfimas de
nuestro paso por este mundo en el que querremos, irremediablemente, dejar una
firma indeleble.
-A veces leo mis notas y descubro asombrado que en ellas está mi
mejor versión de escritor, porque allí aparece, prístina y pura, la idea que en
su momento anoté porque quise poder transmitirla en un futuro. Después vendría
el relleno de palabras de esas ideas (la invención de personajes, de acciones,
de ambientes...), pero todo estará ya dicho mucho antes, en aquella nota
escrita tiempo atrás en el cuaderno que se habrá ido volviendo amarillento.
-A veces leo mis notas y me sorprende que en ellas dejo caer una
y otra vez asuntos que no termino de resolver del todo: mi relación con la
literatura, mis fluctuantes opiniones sobre si escribir textos breves o largos,
sobre si inclinarme por un género literario o por otro...
-Enrique Vila-Matas, magnífico escritor contemporáneo al que admiro,
señalaba en 2011 en su columna de El País, titulada “Café Perec”, que la
literatura tiene mucho que ver con una expresión francesa, l´esprit de
l´escalier (el espíritu de la escalera), que se refiere al hecho de
encontrar tarde la réplica al interlocutor, «pasar por ese momento en el que encuentras la
respuesta, pero esta ya no te sirve, porque estás ya bajando la escalera y la
réplica ingeniosa deberías haberla dado antes, cuando estabas arriba». Escribir
sería, pues, una venganza de ese espíritu de la escalera.
-Los escritores, en mi opinión, es cierto que tenemos a veces la
incapacidad (o la indeterminación) de leernos a nosotros mismos, la dificultad de no saber descubrir las
verdades esenciales que transmitimos sin darnos cuenta.
-Pero quizás, si fuésemos capaces de conocernos de verdad, de ver
que orbitamos una y otra vez sobre las mismas ideas recurrentes y de dar la
respuesta exacta en la cumbre de la escalera, probablemente dejaríamos de
escribir.
-Las notas, las anotaciones, esos pequeños trozos de vida hechos
de palabras, nos recuerdan, sin embargo, que a veces sí sabemos estar en la
vida.
-Contacto extraterrestre: señal de otro planeta...
Comentarios