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SEÑAL RADIOELÉCTRICA






«Anoche me despertó, una vez más, el doble pitido que me avisaba de que se había vuelto a quedar un poco abierta la puerta de la nevera. 

Todo está empezando a fallar.

Con frecuencia confundo recuerdos y sueños. A veces me sorprendo preguntándome quién soy realmente.

Aproveché el paseo nocturno para volver a tirar de la cisterna, que también se empeña en despertarme a esas horas en que el sueño se ha apoderado, como un tibio velo, de mi cuerpo, agotado por la fatigosa tarea de intentar contactar con alguien en esta región devastada.

Esta mañana volví a repetir, por milésima vez, el mensaje de aviso: “Este es un mensaje para cualquier habitante del sector G… Repito: Este es un mensaje para cualquier habitante…”.

Mis palabras suenan frías, monocordes, casi robóticas, fruto del insomnio y el hartazgo.

El contador inverso se aproxima al momento estipulado hace siglos.

Mucho tiempo atrás me convencí de que ya no hay nadie por aquí que pueda viajar conmigo.

De pronto, del fondo del espacio radioeléctrico surgen unas palabras, lejanas y confusas al principio pero luego claras, inconfundibles.

No me sorprende nada el oírlas. Los vaticinios de las sibilas de mis sueños no suelen fallar.









Faltan solo dos horas. Me voy en la última nave espacial.

Del equipo de radio han ido surgiendo, de pronto, aceleradas a doble velocidad, todos los mensajes que he ido lanzando al vacío desde que murió el último de mis compañeros humanos de misión en este planeta abandonado de Dios. ¿O acaso fui yo quien lo mató? ¿No es su cerebro lo que guardo en el frigorífico? Vuelvo a estar confundido.

Empieza la cuenta atrás: veinte, diecinueve, ¿veinte?

De pronto, justo ahora se abre la escotilla del módulo principal de la base. Es una patrulla de humanos cargada de armas. Los punteros láser localizan mis puntos vitales, así como los principales instrumentos de mando de la astronave.

No hay tiempo para más. Saco mis armas.

Tengo miedo.

Recen por mí...».




FIN DE LA TRANSMISIÓN


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