A lo lejos, el rumor de una ciudad barroca. En una de sus calles, un día primaveral en que la luz parecía recién fundida en el crisol de un azul imposible del aire, se paraban las agujas del reloj cuando pasaba la divinidad envuelta en incienso, en rostros absortos, en paños de asombro, dejando un rastro de angustia dibujado en los corazones al desvanecerse, quebrando las esquinas con su fuerza, imantada por el paso de los siglos y por la concentración de miles de ojos ávidos e indiscretos sobre ella. Ya de anochecida, el tiempo, recién creado, tenía entonces un peso de siglos a sus espaldas, un hilo de luces eternas en procesión que mueven y conmueven.
DENEGACIÓN Y AUSENCIA DE LA HISTORIA La Semana Santa no había existido nunca. Es cierto que se celebró otros años. Pero auténtica existencia no tiene hasta este Domingo de Ramos. Las otras Semanas Santas pertenecen a la Historia, es decir, al recuerdo. Y toda memoria se va, desaparece con su cauda de tiempos y acontecimientos, ante el hecho sencillo de salir los nazarenos a la calle. La Semana Santa surge en resurrección de milagro, que olvidan referencias y avatares. Por eso la Semana Santa es incapaz de filosofía e historia. En estos días no se razona. Se siente nada más. Se vive y no se recuerda. La Semana Santa no ha existido hasta ahora mismo. Queda lejana toda cuestión previa. Inútil buscarle raíces teológicas o tubérculos históricos. Nace la Semana Santa en sí, para sí y por sí. Es autóctona, autónoma y automática. Nace y crece como una planta. Dura siete días y en este tiempo germina, levanta el tallo, florece, fructifica y grana. Acaba finalme...
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