A Sevilla, que tanto me ha dado Usted váyase, váyase de mi vida ya. Usted (le gustaba, cuando reñía con su marido, siempre ustedearlo) no ama a nadie, usted ama solo a sus libros. Él cerró la puerta ofendido como otras veces. Últimamente lo hacía con más frecuencia de lo normal, sobre todo las tardes de los viernes. Aquel día de la semana dedicado a la diosa Venus, en vez de ser para ambos un remanso de paz al final de las terribles semanas de trabajo, se había ido convirtiendo casi en un martes, día dedicado a Marte, el dios de la guerra. Aquel día él quería dedicarse a su pasión de la escritura, pero ella lo avasallaba con todas las cosas que tenían que hacer en el fin de semana, en una obsesión enfermiza por exprimir cada segundo de aquellas pocas horas de descanso. Aquella tarde, la tarde del Día del Libro precisamente, la marejada fue en aumento y, como casi siempre, todo empezó por una nonada: ella había querido salir a dar un paseo con é...